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La captura del Chapo: ¿una solución o una oportunidad para reflexionar?
La reciente recaptura del Chapo ha sido un evento de talla internacional y pareciera, o al menos así nos lo quisieran vender, ser un indicativo de que la guerra contra el narcotráfico comienza a balancearse en favor de la autoridad. Independientemente de que este señor seguramente debe algunas cuentas a la sociedad y había razones de sobra para aprehenderlo, resultaría infantil creer que derivado de esta captura los problemas del narcotráfico y de todos sus negocios asociados hayan sido siquiera debilitados un poco.
Por el contrario, el gran negocio de la droga que involucra a hombres de negocio, bancos, fabricantes de armas y políticos entre otros está muy lejos de haber sido afectado y este impase que sufrieron con la captura de uno de sus capos seguramente ya lo resolvieron. De igual manera, sería ingenuo pensar que los cárteles los conforman solamente grupos aislados de forajidos de Sinaloa, Tamaulipas, Michoacán o de cualquier otro estado. Es más razonable pensar que estos grupos están bien estructurados, organizados, cuentan con tecnología de punta y están fuertemente respaldados por instituciones legítimas como lo pueden ser bancos internacionales y otras industrias como la armamentista que no solo lucra con las armas pequeñas que solemos asociar con este ilícito sino que lo hace en abundancia con equipos sofisticados como lo pueden ser helicópteros, aviones, barcos y demás equipo pesado y tecnológico que se usa en la lucha contra el narcotráfico. Por otro lado, es innegable que también reciben el apoyo de gobernantes y militares corruptos que desde altas sillas a nivel jerárquico cuentan con el poder e influencia suficientes para facilitar el negocio. Adicionalmente, si consideramos la jugosa derrama económica que representa este negocio para sus accionistas nos tendíamos que inclinar forzosamente a pensar que esta industria no puede desaparecer con la simple captura de uno de sus capos.
El problema del crimen asociado a la droga va a desaparecer cuando la sociedad despierte y deje de buscar culpables o causas fantoches y de perder el tiempo atendiendo a las historias propagandistas de la TV y empiece a rechazar las soluciones mediocres que se le han propuesto para solucionar este gravísimo mal. El verdadero problema radica en que como sociedad hemos evadido la obligación de dar una respuesta madura y efectiva a los usuarios de las drogas y nos hemos limitado a prohibírselas para mantener nuestra moral tranquila.
Es evidente que prohibirlas no soluciona nada y también es claro que permitirlas tampoco acabará o reducirá el consumo de la misma manera que permitir el alcohol no reduce los problemas relacionados con éste. Sin embargo, regular el uso y distribución de drogas no solo es una obligación social sino que ésta acción sí eliminará a las organizaciones criminales que trafican con ellas así como también acabará con todos los efectos colaterales que el crimen acarrea: asesinatos, corrupción, secuestros, extorsiones, tráfico de armas y demás delitos bien conocidos por todos que seguramente cuestan más a la sociedad que los efectos del uso de las drogas que nos guste o no ya padecemos.
Buscar una solución distinta a un problema añejo seguramente nos presentará escenarios diferentes que nos permitan construir nuevas experiencias para encaminarnos hacia un futuro más halagador. La marginación que orilla al consumo de sustancias toxicas no desaparece con el hecho de darle la espalda así como tampoco podemos prohibirle la depresión a un drogadicto y menos esperar que el mal desaparezca después de elevar una plegaria o con adoptar posturas moralistas. Permitámonos como sociedad aprender de las consecuencias de nuestras decisiones y que nuestra sólida postura obligue a los gobernantes a respaldar nuestras ideas. Acabemos de una vez por todas con la ignorancia, indiferencia y miedo que nos aquejan y que hombres de negocios y gobernantes sin escrúpulos aprovechan para seguir lucrando con la desgracia de aquellos que usan drogas mientras que se llevan a toda la sociedad entre las patas.
Velemos por una solución diferente que esté encaminada a terminar con el mayor problema de las drogas: el crimen organizado que florece gracias a su prohibición.
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La psicosis Zombi
¿Y si en esta ocasión les hablara acerca de la innegable presencia de los zombis? Posiblemente me tirarían de a loco o de fantasioso por decir lo menos. Pero no me refiero a esos entes desfigurados come-hombres de las películas que vagan por el mundo esparciendo la peste a mordidas, ni tampoco me refiero a aquellas personas de actitud indiferente y ensimismada que parecen andar sin rumbo mientras desbordan desinterés. En realidad, me refiero a algo mucho más profundo y silencioso que está siendo inoculado en nuestras venas y que pudiese ser más dañino inclusive que cualquier peste zombi descrita por la ciencia ficción. Estoy hablando de una pandemia que enferma a la sociedad actual y la vuelve contra sí misma, tal y como los zombis. Un padecimiento cuyo síntoma es la sinrazón que instila miedo y desconfianza entre hermanos, amigos, esposos o naciones. Esa enfermedad silenciosa que nos aqueja es la que llamo la “psicosis zombi.”
Para poder describir el síntoma, imaginemos por un instante un mundo en donde los zombis han tomado el control. Un escenario semejante, se podría quizá tomar de alguna serie de TV que trate sobre el tema. Supongamos que nos encontramos en una situación parecida a la de los personajes de dichas series y que estamos expuestos constantemente al inminente peligro de un ataque zombi. Bajo esas circunstancias, es innegable que sería fácil que sintiésemos miedo y ansiedad con solo pensar en la posibilidad de que en cualquier momento uno pudiera ser devorado por esos “caminantes.” Para lograr sobrevivir en un escenario tan devastador, al igual que los personajes, tendríamos que aprender a vivir en un estado de alerta constante en donde la desconfianza casi psicótica hacia todo y todos jugaría un papel fundamental. Ahora bien, lejos de la ficción, los invito a analizar las relaciones entre los individuos de la sociedad actual. El temor se está convirtiendo en una pieza cotidiana que nos motiva a desconfiar del prójimo por casi cualquier causa, ya sea su raza, credo, afiliación política, opinión, aspecto, vecindario o nacionalidad por mencionar algunas. Por absurdo que parezca, este temor hacia lo que no podemos o más bien no queremos entender, no solo es auto-impuesto sino que además está creciendo de manera desproporcionada y a pesar de que no hay zombis allá afuera comenzamos a actuar tal y como si los hubiera.
Nuestro nivel de análisis tan superficial y la notable haraganería intelectual que nos invade están convirtiéndonos en entes crédulos, manipulables, temerosos e impresionables y somos presas fáciles de las palabrerías y opiniones irresponsables de unos cuantos que sin fundamento, nos presentan escenarios artificiales para convencernos de la necesidad de arremeter contra prácticamente cualquiera solo porque nos parece lo adecuado para establecer ideales o defender nuestra seguridad artificial. Desafortunadamente, nos estamos perdiendo en el miedo y estamos dejando a un lado nuestra capacidad de confianza, de entendimiento y de empatía hacia el dolor ajeno. Peligrosamente, esta actitud desconfiada y temerosa está empezando a formar parte inherente de nosotros mismos y corremos el riesgo de llevarla hacia prácticamente todas las actividades de nuestra vida cotidiana.
El temor a perder nuestra insignificante seguridad ficticia es tan profundo que nos ciega y nos paraliza. Nos estamos dejando convencer que prácticamente cualquiera nos puede arrebatar lo que consideramos como nuestro y no dudamos en tomar acción o bien en justificar y aplaudir a quien la tome para defendernos. Sin embargo, sería ingenuo pensar que podemos forjar una sociedad a partir de la desconfianza y tampoco podríamos construir un futuro sustentable basado en la hipocresía ni erguir nuestras ciudades rodeadas de muros, guardias y cercos de alambre. La sociedad se desmorona a cachos y si acaso, nuestra pazguata actitud solo nos ayuda a apuntalar lo que nos queda disfrazando nuestra suspicacia con un poco de respeto.
Todos estamos siendo expuestos a la psicosis zombi, sin embargo y por fortuna, no todos están siendo contagiados. Hay todavía muchos allá afuera que soportan el embate de esta pandemia y que deciden día a día no dar marcha atrás y enfrentarla a través de un nivel de conciencia y entendimiento más elevados. Aunque implica un esfuerzo, estos Zahantis «los despiertos» se sacuden la indiferencia y la inopia y participan con su grano de arena analizando, observando, cuestionando y entendiendo, logrando así evitar el contagio y con su reflexión ayudan a esparcir la vacuna y forjar un cambio positivo en la sociedad. ¡Bien por ellos! Efectivamente, no podemos simplemente sentarnos a ver como se cae todo a nuestro alrededor y conformarnos con que nos señalen a los supuestos culpables en la TV o en discursos de pacotilla, mientras esperamos cómodamente a que alguien más haga algo al respecto sin ni siquiera tomarnos la molestia de entender el verdadero sentido de los escenarios y sus implicaciones. La recuperación de la sociedad entera depende de la suma de las voluntades individuales que estén libres de la psicosis zombi. El cambio solo comienza cuando alguien decide iniciarlo o apoyarlo.
¡Ojala que el buscar la cura para la psicosis zombi e iniciar el cambio positivo que la sociedad necesita forme parte de la lista personal de propósitos de cada uno de nosotros en este año nuevo que comienza!
¡Feliz 2016!
fotografía cortesía de http://www.sxc.hu
La danza de las marionetas: 1º Diciembre 2012
Para manipular eficazmente a la gente, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula. John K. Galbraith
Cómo cada seis años, hace unos días en México ocurrió el cambio de estafeta presidencial. Cómo de costumbre, existen grupos de gente que están a favor del cambio, grupos que se muestran en contra y algunos otros con actitud indiferente. Sin embargo, esta vez emergió un grupo que quiso cobrar un papel protagónico, y aunque tomó una actitud que preocupa a muchos, todo apunta a que es una puesta en escena dirigida y manipulada con fines políticos.
Este grupo es víctima de su propia ceguera e ignorancia. No saben lo que hacen, ni porqué lo hacen. Simplemente lo hacen. Equipados con toletes, bombas molotov, petardos y otros artefactos preparados con antelación, esta pandilla enarbola el derecho de manifestación y lo aprovecha para comportarse como una manada de verdaderos imbéciles. Coaccionan, insultan, agreden y arremeten por igual contra policías, ciudadanos y propiedad tanto privada como pública bajo el cobijo del simple argumento de creer poseer el derecho de hacerlo. Preocupa que un grupo de gente bajo la influencia de una clara manipulación y frenesí colectivo, es capaz de prácticamente cualquier cosa.
Por fortuna para ellos (y tristemente en agravio a la nación), en este país de “nunca pasa nada” no tienen mucho de que preocuparse. Muy pronto, a aquellos presuntos delincuentes apresados por cometer motines, destrozos, robos y demás fechorías los vamos a ver de regreso en las calles. Ya veo la escena en los noticieros: un grupo de marionetas desalineadas recibiendo abrazos y muestras de afecto de familiares y amigos al salir de la prisión. Si no supiéramos que pasa, nos veríamos inclinados a pensar que estamos siendo testigos de una entrega de premios o de una graduación universitaria. Tristemente, estos malos mexicanos van a ser felicitados por haberse comportado como unos verdaderos estúpidos.
En este “mundo al revés,” sólo puedo llegar a pensar en una explicación posible:
Estamos siendo nuevamente testigos de una pantomima más de circo absurdo orquestada por algún grupo político. Estos sinvergüenzas lanzan a las calles (con sus hilos bien atados) a su cohorte de títeres para así intentar ganar cierto nivel de poder y control. México ya no puede permitirse actitudes tan absurdas. Ya no estamos para protestas, sino para trabajar unidos en seriedad y en paz en aras de edificar un país más justo y mejor para cada uno de nosotros y nuestros hijos.
El perfecto «títere» que es seleccionado para participar en estas escaramuzas es un individuo que cree (o le hacen creer) que los culpables de su situación y sus problemas son los burgueses y el sistema. O bien, cualquier otra idea que funcione para persuadirlos de participar en actos sin sentido. Por ahora, el origen de estos grupos no se limita a ciertas áreas o comunidades. Los largos hilos del “titiritero” alcanzan desde las clases marginadas más desfavorecidas hasta a los estudiantes de prestigiadas universidades privadas. El común denominador parece ser que este actor secundario puede ser cualquier persona, siempre y cuando no sea consciente de estar siendo utilizado. El personaje no debe de ser capaz de vislumbrar que cuándo la función va mal, los “jitomatazos” son para las marionetas y estas al final, serán arrumbadas en un cajón mientras que los “titiriteros” se van a festejar.
Esta víctima de manipulación parece que no muestra una gran disciplina cognitiva y mucho menos capacidad de reflexión y pensamiento propio. Ha vivido en el engaño la mayor parte de su vida y se apodera fácilmente de sueños ajenos (aunque sean estos equivocados). Su poca fe y confianza en si mismo lo hace presa fácil de ideologías carentes de sentido y erudición. No se instruye, no lee, no le gusta pensar por si mismo y esto le genera una simiente intelectual árida y perfecta para abrazar y aceptar cualquier ideología.
En fin, sus actos podrían dar material para cualquier compendio de “antología de la idiotez” y no demuestran más que su pobre capacidad de entendimiento permanece desprevenida ante cualquier acto de manipulación. Tristemente, parece ser que estos individuos se quieren multiplicar: los vimos en la toma de poder presidencial y en Michoacán por mencionar algunos sitios. Sin embargo, el problema y la amenaza no reside en estos títeres. Hoy más que nunca, debemos de sentir la obligación de reflexionar y hacer algo al respecto. Los borregos son culpables de seguir al pastor y de las consecuencias que esto conlleve. Sin embargo, todos sabemos que detrás de estos blandos cerebros hay uno (o unos) maquinando planes egoístas y hasta macabros. Son ellos el verdadero cáncer que quiere infectar y desestabilizar a nuestro país.
Las autoridades, previniendo el afamado “costo político” se muestran temerosas y sumisas. Se esconden detrás de demagogias y discursos que no empatan con sus decisiones y acciones. Parece difícil encontrar una solución viable a estos conflictos cuando además, por décadas nos hemos olvidado irresponsablemente de algunos de nuestros hermanos desprotegidos y vulnerables. No se ve una tarea fácil, sin embargo, una actitud negativa y hostil tampoco nos va a llevar a ningún lado.
En este sexenio que comienza (independientemente de nuestra afiliación o simpatía partidista) debemos de tomar una actitud diferente. Después de todo, no podemos esperar resultados diferentes si nos mantenemos pensando y actuando de la misma manera en la que lo hicimos en el pasado. Es hora de sumar en acuerdos y dejar de restar en diferencias, México ha demostrado que es un país que puede salir de los problemas y este no debiera de doblegar nuestra voluntad.
¿Qué México quieres para ti? ¿El que te mereces o el que “otros sinvergüenzas” quieren que les ayudes a conseguir? Si bien estos autores intelectuales tienen cuidado de no exponerse a la luz pública, el sentido común nos indica de quien se trata. Sólo basta mirar por otras ventanas hacia el Congreso y grupos políticos para darse cuenta de quienes toman una actitud hostil, reaccionaria y negativa.
Si ya no sabes en quien creer, haz un esfuerzo por escuchar a tu corazón. Si lo haces, tu decisión no podrá estar equivocada.
Fotografía cortesía de http://www.sxc.hu
16 de Septiembre de 2012 – ¿202 años de independencia o de negligencia?
“Sin importar el tamaño de la ciudad o pueblo en donde nacen los hombres o mujeres, ellos son finalmente del tamaño de su obra, del tamaño de su voluntad de engrandecer y enriquecer a sus hermanos”
Ignacio Allende
Pareciera difícil de creer que a más de 200 años de vivir en una nación soberana, la sociedad parece no estar a la altura de lo que esto debiera implicar. Al día de hoy, solo tenemos fuerza para expresar un precario patriotismo a través de celebraciones vacías de nacionalismo, pero rebosantes de matracas, banderines, tequila y abrazos fraternales. Basta con solo mirar a nuestro derredor para darnos cuenta que México se nos está yendo de entre los dedos.
Miles de hogares rotos, la triste pobreza e injusticia que prevalece en cualquier rincón del país y un sinnúmero de otras condiciones que atentan contra la supervivencia misma de la sociedad, son lastimosos testigos de esta situación. Hoy más que nunca, tenemos como mexicanos el desafío de aprender a levantarnos y a buscar acciones que corrijan el rumbo y nos lleven a dónde verdaderamente pertenece una nación soberana e independiente.
Ya es tiempo de que el continuo sufrir social se transforme en sabiduría. Ya es hora de aprender de nuestros errores y dejar de celebrar a pesar de que estos se repitan. Si no provocamos como mexicanos éste entendimiento, el dolor y amargura al que históricamente hemos sometido a millones de connacionales habrá sido en vano. Vivimos en un momento que reta a nuestra capacidad como personas y nos empuja hasta el límite de lo que humanamente podemos considerar como aceptable. Ya no nos podemos seguir haciendo de “la vista gorda” ante la presencia de la guerra, el asesinato, políticos imbéciles, impugnaciones deshonestas, corrupción, riñas de poder, pasmosa indiferencia y sobretodo, un creciente odio que quiere encontrar su origen en lo que nos hace diferentes.
Poco nos falta (si es que no hemos llegado ya) para matarnos entre hermanos por tener opiniones políticas o religiosas distintas. Al día de hoy y por increíble que parezca, líderes irresponsables usan la discordia como arma política para hacer crecer su popularidad, en lugar de para invitar al diálogo y a la cordura.
En momentos cómo estos, ¿cómo es posible sentirse orgulloso de ser mexicano? Qué sería ser independiente sino haberse ganado el derecho y responsabilidad de tomar decisiones propias que no atenten en contra de los derechos ajenos. Ser soberano implica tener el compromiso con nosotros mismos y con quienes nos rodean para crear un México más justo y más próspero para nuestros hijos y las demás generaciones venideras.
Nos guste o no, la vida es un espejo que refleja lo que nosotros mismos somos por dentro. El México que vemos, es un cruento reflejo de lo que cada mexicano es en su interior. Por lo tanto, si en verdad no nos gusta lo que vemos <<allá afuera>> más nos vale empezar a modificar nuestra actitud y nuestra manera de pensar y actuar como ciudadanos.
La clave para poder experimentar un México mejor para todos es empezar a vivir condiciones de bienestar, justicia, paz y felicidad dentro de cada uno de nosotros mismos. Es quizá parecido al sentimiento que experimentamos los días dieciséis de septiembre. Sin embargo, en lugar de dejar que fluya de manera efímera como consecuencia de un frenesí colectivo, debemos dejar que nos inunde y colme nuestro espíritu de la energía que significa ser mexicano.
Permitamos que éste sentimiento provoque un cambio profundo y permanente en cada uno de nosotros. Honremos a partir de esta noche, la memoria de aquellos mexicanos que colocaron los valores de justicia y libertad por encima de sus propias existencias. Estos verdaderos héroes, nos legaron un México independiente que puede hoy darse el lujo de escribir su propia historia como nación. Es hora de cambiar el rumbo y evitar que el siguiente capítulo describa cómo nos fuimos por el escusado.
Basta de buscar allá afuera al culpable de tus desgracias o al responsable de tu bienestar futuro. Si en verdad hay uno, con seguridad lo vas a encontrar frente a ti la próxima vez que te mires al espejo.
El cambio que queremos para México empieza dentro de cada uno de nosotros.
¿Qué puedes hacer tú para ya no lastimarlo más? ¿Qué puedes hacer tú para ayudar a sanarlo?
¿Quizá dejar de comprar pirata o robado? ¿Quizá adquirir más productos lícitos de manufactura o procedencia nacional? ¿Quizá ser mejor estudiante? ¿Quizá ser más crítico y dejar que palabrerías babosas de malos mexicanos te embelesen para que sigas apoyando sus absurdas carreras políticas? ¿No prestarte para actos de corrupción? ¿Ser quizá un mejor hijo? ¿Un mejor padre? ¿Ser mejor patrón? ¿Ser mejor empleado? ¿Ser más honesto? ¿Más responsable? ¿Con qué puedes ayudar hoy a México?
¿Qué quieres estar realmente celebrando el próximo 16 de Septiembre?
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La muerte: ¿final fatalista o transformación natural?
Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel.
M. Gandhi
Todos nosotros hemos experimentado de alguna manera el sentimiento que acompaña a la muerte. En la mayoría de los casos, me puedo aventurar a asegurar que la emoción producida en nosotros no fue agradable. Independientemente de que haya sido provocada por haber estado próximo a ella, o tras haber perdido a algún ser amado.
La muerte en sí misma, la percibimos como algo tenebroso y terrible. La ciencia la describe como un proceso terminal con el que concluye la vida. Este tipo de definiciones, si bien pretenden ser profesionales y objetivas, no nos resultan demasiado alentadoras. Por otro lado, nuestra cabeza está llena de dudas con respecto a las implicaciones que acompañan al hecho de fallecer. Esto nos lleva inevitablemente a experimentar ansiedad y miedo.
Sócrates alguna vez dijo: “El temor a la muerte, no es otra cosa que considerarse sabio sin serlo, ya que es creer saber sobre aquello que no se sabe.” Ciertamente, nadie conoce con certeza lo que pasa después de morir, sin embargo, solemos considerarlo como el peor de los males o castigos.
La muerte siempre ha sido temida por la humanidad. En muchas civilizaciones, los dioses de la muerte eran personificados como temibles seres que se encargaban de separar al alma del cuerpo y posteriormente solicitar cuentas a los difuntos. ¿Suena familiar?
Hasta nuestros días, esta perversa tradición nos ha seguido sin sufrir demasiadas alteraciones. La calavera encapuchada sosteniendo una guadaña, no es precisamente una imagen de amistad. Por otro lado, las religiones modernas, aunque quizá con tintes diferentes, tampoco han evolucionado o profundizado demasiado en este tema.
Nos guste o no, de algo podemos estar seguros: todos vamos a experimentar la muerte. Entonces, resulta adecuado que empecemos a enfrentarla como un hecho de la vida misma y no como una fatalista terminación de esta. La muerte es inevitable y segura. Por lo tanto, parte de vivir, es morir.
La muerte no denota un final sino una continuación de la existencia. Es una especie de transformación (la oruga “muere” y da vida a la mariposa). El alma, que anima y da vida al cuerpo físico, lo libera y sigue su camino. Es el momento en que tu “verdadero yo” continua con su viaje.
La muerte resulta una parte integral de la existencia. La vida en este plano físico es una oportunidad para crecer espiritualmente y dedicaros a perseguir propósitos más elevados y menos egoístas. Aprende a escuchar a tu “yo interior.” Deja que su sabiduría fluya en armonía junto con tus pensamientos. Permite que te dé guía y soporte a tu vida en este mundo. Tú estás en él y él en ti, en unidad continuarán con su travesía una vez que abandonen el cuerpo que hoy habitan. ¡Buen Viaje!